miércoles, 24 de agosto de 2011

El Drama del Futuro - (segunda parte)

SEGUNDA PARTE


EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS.-

Una mirada a la historia del hombre nos permitiría saber que estos fueron, en sus inicios, nómadas con extremas dificultades para su supervivencia, que vivían de la caza y la pesca. Cuando esos hombres aprendieron a trabajar la tierra, se establecieron en pequeñas comunidades que siempre con dificultad y luchando contra la naturaleza tenían que buscar los medios para su alimentación, vestido,  vivienda etc.  No es difícil imaginar que la vida de aquellos hombres era sin duda mucho más o quizás igual de dura y difícil que la de cualquier habitante de nuestros subdesarrollados países del llamado tercer mundo. Muchos de ellos sin duda, se establecieron en lugares con pocos recursos naturales, haciendo sus vidas más arduas y difíciles. Al generarse las primeras formas de organización social y con ellas las primeras formas de poder, nacieron también, que duda cabe,  las primeras injusticias, vecinos, vándalos y guerreros  se dispusieron a la rapiña de los más débiles. La mayoría de los hombres eran pobres y desnutridos, víctimas de las enfermedades, pues a su pobreza se añadía la absoluta falta de conocimientos de aquellas épocas. Si preguntamos por la educación, menos aún, en aquellos tiempos la educación sistemática no existía. El acceso a los conocimientos era prerrogativa de las élites. El campesino, el humilde soldado, vivían para servir a su señor o a su rey, por una mísera paga y un poco de pan.

¿Qué hizo posible que algunos pueblos, después de algún buen tiempo, muchos siglos en algunos casos lograran su desarrollo y se convirtieran en países ricos con una población que satisface sus necesidades esenciales de supervivencia en forma holgada, mientras que otros quedaban retrasados? ¿Qué ejemplo tenemos que sacar de esas naciones para aprovechar sus experiencias y ganar todo el tiempo que podamos para llegar a un desarrollo al menos parecido?

Del análisis de ciertas características comunes en la cultura de los países del llamado tercer mundo debiéramos poder sacar aunque sea con dolor lecciones para nuestro futuro.

EL TRABAJO.-

La fuente de la riqueza y el desarrollo es el trabajo. Todas las naciones de la tierra fueron pobres y subdesarrolladas en alguna etapa de sus existencias. Si ahora aquellas son grandes naciones, es porque supieron poner trabajo y esfuerzo para su realización como personas y como naciones. Sin duda que ese esfuerzo no ha sido un lecho de rosas y muchas luchas y dificultades han sufrido.

La necesidad de la supervivencia y la presencia de una naturaleza con los contenidos para proveer al hombre de lo necesario para su vida, es la génesis de:

La necesidad del TRABAJO.

El hombre desde sus albores, debía gestarse su propio alimento, su propia cobija, no hacerlo significaba la muerte.

Que la existencia del hombre sobre la tierra tiene como uno de sus papeles el trabajarla y servirse de ella, no cabe duda, pero es común observar sobre todo en los países donde aún no ha llegado el desarrollo que suele tenerse del trabajo la idea de que es una carga, un castigo o una penosa obligación. Esta es una actitud de graves repercusiones. Las riquezas de la naturaleza están  para satisfacer nuestras necesidades, pero no se encuentran en la forma que las necesitamos. Es indispensable extraerlas, procesarlas, prepararlas para que sirvan a nuestras necesidades. El trabajo no es un castigo ni una horrible obligación. Es una forma de expresar amor, una forma de realización personal y una forma de poner en efecto nuestros potenciales. Muchas erradas interpretaciones sobre el trabajo, han prevalecido durante muchísimo tiempo como paradigmas, dándonos una idea equivocada del trabajo y de la vida misma.

En nuestros países el trabajo no es altamente valorado. El empresario tiene poco prestigio. En la cima de la pirámide del prestigio solemos poner al intelectual, al artista, al líder religioso, o al líder militar, es decir todas ellas actividades no productivas.

El éxito y la acumulación de riqueza suelen ser mal vistos en el tercer mundo. El elogio a alguien por un triunfo es muy poco frecuente. El hombre de éxito económico no es visto como un paradigma, mas bien al contrario suele considerársele como el que abusa del débil, del pobre.


EL AHORRO.-

Todos sabemos que la naturaleza tiene comportamientos variables. Las sequías suceden a las lluvias, la calma a los fuertes vientos. La secuencia vital no es uniforme, hay momentos de salud y otros de enfermedad, momentos de estar saciados y momentos de escasez. Tal realidad nos lleva a considerar como respuesta lógica: que no se debe consumir de modo inmediato todo lo que el trabajo produce. Los climas fríos producen frutos que debemos guardar para los periodos calientes y viceversa. Las estaciones de lluvia nos obligan a guarecernos, no podremos sembrar, pero el alimento sigue siendo indispensable. Hay que producir hoy para hoy y para mañana.

Todo esto nos lleva a:

La necesidad  del AHORRO.

Ahorrar es no consumir todo lo producido guardando una parte para otro momento en el que resulte necesario. Ahorrar es acopiar en la época de producción para la época de escasez. La modernidad nos ha traído toda una organización para lograr esto. Hay formas de acopiar alimentos sin que se malogren, para intercambiar productos entre zonas donde se alternan sus producciones, etc.

El ahorro no es, a mi parecer, una entelequia ni una invención humana. Es una necesidad derivada de la observación del comportamiento de la naturaleza y de la forma como ésta nos sirve. Muchas especies ahorran en distintas formas.

En nuestros países decimos que la gente no ahorra porque que no les alcanza. Esta es sólo una verdad a medias. Cuando nuestras gentes quieren algo lo consiguen, prueba de ello son los “pueblos jóvenes” construidos con esfuerzo y recursos propios, demostrando con ello una enorme capacidad de ahorro, que lamentablemente por razones de legislación y titulación no se traduce en mejoras para sus vidas. Hay pues una capacidad de ahorro que no sabemos aprovechar.

Podemos observar también que en las clases necesitadas no les falta capacidad para reunirse con sus amigos para tomarse más cervezas de las convenientes o divertirse con mujeres y tampoco les falta para tener “otros compromisos”, hijos fuera del hogar y otras formas de dispendio que les imposibilita el necesario ahorro por su propia culpa. Hay pues una falta de orden en el uso de sus escasos recursos.

La falta de una cultura del ahorro es una forma de rechazo a la esperanza en el futuro. Sólo interesa el presente.

En nuestros países sólo vale lo que tengo ahora,  el futuro es una ilusión no ligada al presente. No nos consideramos autores del futuro y éste ni siquiera nos parece posible.

No cabe duda que estas actitudes culturales tienen un origen y una causa. No cabe duda que una gran responsabilidad en estas actitudes las tienen quienes han hecho precisamente lo necesario para que el pueblo necesitado no confíe en el ahorro y lamentablemente termine comprobando que quien ahorra sólo ve que su ahorro desaparece sin saber como ni porqué.

En nuestros países los estados suelen contar con seguridad social, que incluye un sistema de pensiones para la vejez. Sin embargo siempre he observado la poca importancia que los trabajadores le dan a los descuentos que se les hace para tales fines a la que no consideran parte de su sueldo o su ganancia. Por tal razón no ponen interés en hacerse servir bien por esas instituciones Los estados, consecuentemente suelen hacer muy mal manejo de esos dineros, dado que nadie les exige cuentas. De este modo al llegar a su vejez, los  trabajadores reciben una mísera suma, que de poco o  nada les sirve, lo que redunda en mayor desinterés en el ahorro. Alguien me dirá que es culpa de los gobiernos. Eso es lo fácil, yo creo que es culpa de todos.

Cualquier mediano conocedor de la economía de nuestros países sabe a que grado el ahorro interno es casi nulo. La falta de ahorro interno obliga al ahorro externo que además de ser caro nos trae la dependencia de los poderosos.


ORGANIZACIÓN - LA LEY.-

Todos los hombres somos en esencia iguales, pero no lo somos en determinados detalles. Somos reconocibles como especie, identificables, pero variados y distintos en lo individual. Podemos notar diferencias de estatura, de peso y en consecuencia de movilidad. Unos tendrán piernas  largas otros, mejor vista, unos serán más fuertes otros débiles. Estas diferencias  propias de la genética nos traerán una variedad de habilidades en cada individuo. Así, unos serán hábiles para la caza y otros lo serán para la pesca. Uno serán útiles para el trabajo manual otros lo serán para pensar. Los que viven en zonas calientes necesitan de los que viven en zonas frías y viceversa. Unos ahorrarán lo que no necesitan gastar ahora, otros gastarán ahora y ahorrará después. Todo esto exige intercambio social.

La consecuencia lógica e inmediata de esta realidad es que debe existir:

Una necesidad de organización social

Esta Organización Social tendrá por objeto optimizar la producción, el trabajo, la colaboración etc. Esta necesidad puede haber existido desde siempre, pero sólo toma forma avanzada con el aumento de interrelaciones y la complejidad de la vida. La evolución social hace de la organización una necesidad ineludible.

La organización social esta constituida por las normas que disponen el modo de ser ordenados y regular nuestras vidas. Esto es: la Ley. El objetivo básico de la ley es determinar el código de las relaciones humanas.

En nuestros países la ley es un ideal utópico y remoto que apenas expresa lo que la gente preferiría, mientras que en el mundo real, la sociedad opera bajo la ley de la jungla, la ley del más listo o del más fuerte. Un mundo de lobos y leones disfrazados de corderos.

La actitud más generalizada es que en nuestras sociedades los individuos suelen desentenderse de la ley, empezando por desconocerla tanto en el sentido real como en el sentido de no practicarla.

La inobservancia de las leyes no se da sólo en los súbditos, las mismas autoridades que las dictan suelen incumplirlas. Los miembros más pobres de las sociedades suelen justificar su inobservancia de las leyes por razón de su pobreza. Los políticos gestados en la misma sociedad, dejan hacer por unos míseros votos.

LA COMPETENCIA.-

Si alguien ve que otro encuentra o logra algo nuestra naturaleza busca imitarlo para obtener lo mismo o mejor. Ese es el principio de emulación y como consecuencia el de la competencia. Emular es competir.

La capacidad de competir para alcanzar riqueza y excelencia es una de  las características de las sociedades desarrolladas. La competencia es fundamental para el éxito de la empresa, del político, del intelectual, del profesional, o del artista.

En nuestros países suele tenerse una mala imagen de la competencia a la que se considera como una forma de agresión y la incapacidad para competir se oculta tras solapadas formas de envidia y de igualdad utópicas.

Competencia y colaboración, no son necesariamente antagónicos, se puede competir y a la vez colaborar. Competir no quiere decir matarse unos a otros. Sólo quiere decir: “Hacerlo lo mejor posible”

En los países desarrollados el mundo es visto como un escenario para la acción, que espera a quien este dispuesto a cambiarlo. En cambio en nuestros países, el mundo es percibido como una entidad inmensa en donde fuerzas irresistibles se manifiestan en contra de uno. Estas fuerzas tienen hoy en día varios nombres: una poderosa conspiración internacional, el capitalismo, el imperialismo, el Marxismo.

En una cultura progresista, la vida es algo que sus miembros hacen que suceda, ellos son protagonistas.  En nuestros países, la vida es algo que nos sucede y a la que hay que resignarse.

Es fácil constatar que cuando se le pregunta a un ciudadano de nuestros países subdesarrollados, qué espera del futuro, la respuesta más común y prácticamente generalizada es: “Lo que Dios quiera señor”. Si le preguntas si podrá comprar su casa, su respuesta será con esta repregunta: ¿Cómo será pues señor?

Estas respuestas dadas en forma generalizada implican rasgos culturales de graves consecuencias. Nos muestran  un modo de “ver” las cosas.

EL CAMBIO.-

El desarrollo es por esencia la permanente aceptación del cambio como modo de vida. Lo que no cambia no desarrolla. Las sociedades desarrolladas viven para llevar a cabo cambios. Este concepto es altamente importante.

Lo que no cambia se estanca y muere. El cambio es propio y consustancial a la naturaleza. Lo que no cambia deja de evolucionar y ese es el principio del fin. Por ello hay que conceptuar una:

Necesidad vital del cambio.

E. Fromm dice:

“Una de las características de la vida es que se halla en constante cambio y que en ningún momento permanece igual. La vida que se estanca tiende a desaparecer. Y si el estancamiento es completo, se produce la muerte”

Los sistemas de valores de las culturas desarrolladas se nutren del principio de la innovación. Es decir se cuestiona lo vigente a la búsqueda de algo mejor. La educación es el principal instrumento de este afán de innovación. En tales sociedades se propicia una forma de educación que ayude al individuo a descubrir sus propias verdades, no una educación que dicte cuál es la verdad.

En nuestros países la educación suele ser eminentemente dogmática, produciendo así  conformistas y seguidores.

En las sociedades avanzadas se aprecian una serie de virtudes menores que en nuestros países solemos no darles mayor importancia, como por ejemplo: un trabajo bien realizado, la pulcritud, la cortesía, la puntualidad, son virtudes menores que contribuyen a la eficiencia y a la armonía en las relaciones humanas. Ellas no son importantes en nuestros países,  en parte porque chocan con los deseos del individuo y en parte porque tales virtudes son opacadas por las grandes virtudes tradicionales del amor, la justicia, la valentía y la nobleza.

La observación de la importancia de la cultura en el desarrollo pone de relieve aún más la importancia de la educación. La economía por si sola poco logrará sino va de la mano con un profundo cambio en el pensamiento de las personas y en su actitud frente a los factores que venimos analizando. Mientras las virtudes no se adecuen a los nuevos retos poco se logrará.

LA JUSTICIA.-

Cualquier nación donde no prevalezca la justicia va directamente al fracaso. No serán posibles el Trabajo, el Ahorro, la organización, la competencia y la verdadera esperanza, si no existe un marco de justicia. ¿Quién pondrá esfuerzo en su trabajo si ve que su vecino logra mejores ventajas olvidando las reglas sin que nada le pase? ¿Quién tendrá sentido del ahorro si ve que los demás se enriquecen mediante el robo sin que nada le pase? ¿Qué organización podrá ser respetada si ésta no se basa en un trato justo a todos los ciudadanos? ¿Qué interés en cumplir las reglas del tránsito podrá haber, si por fuera de la pista me sobrepasan todos, impunemente? ¿Qué ganas de esforzarnos por el cambio podremos tener si todo es retorcido por un medio social donde algunos deshacen nuestros esfuerzos con actitudes fuera de todo orden sin que nadie los sancione? ¿Qué esperanza podemos tener si cada vez que logramos un pequeño avance se pierde todo por efecto de acciones antisociales que tampoco reciben sanción alguna? Ni un ápice de esperanza será posible sin justicia. Hay entonces una

Necesidad de la Justicia.


Otras visiones de la justicia.

Alguien me comenta con razón, que la presencia de la justicia debe darse también en las relaciones entre distintas sociedades. Es cierto, en un mundo donde los términos de intercambio sólo favorecen a las grandes potencias en desmedro de los países subdesarrollados, donde el poderoso se come al débil no podrá ser un mundo de esperanza. Pero entendamos siempre: La justicia en las relaciones internacionales sólo será posible si previamente hay justicia en nuestro interior.

Al hablar de la  Justicia debiéramos preguntarnos, ¿Qué es lo justo?, ¿Cual es le salario justo? ¿Cual es el precio justo? Estas son preguntas relativas a la justicia distributiva.

Debo decir que esa pregunta no tiene respuesta pues le cabe el mismo trato que a la búsqueda de la verdad. La verdad es relativa y la justicia distributiva también. Lo importante es estar permanentemente a la búsqueda de la justicia. Lo que una sociedad no puede hacer es desentenderse del problema y convertir en verdad cualquier cosa y en justicia cualquier aberración.  Creo que se podría escribir toda una voluminosa obra tratando de responder por  la justicia desde su perspectiva más profunda.

Vivimos en épocas recientes un aumento de la corrupción sobre todo en aquellos que ostentan el poder político. Diariamente el periodismo denuncia casos de corrupción que hace reaccionar a la gente pidiendo una lucha contra ella.

Ya resulta un común denominador que quienes ostentan el poder, caen en actos de corrupción o son víctimas de prójimos corruptos cercanos al mismo poder.

El poder corrompe solemos decir y creo que eso es ya un hecho comprobado.

¿Por qué el poder corrompe? Para responder a esto hay que conocer en qué consiste llegar a posiciones de poder.

Las posiciones de poder te aíslan de los demás. Si no es porque eres vanidoso, es porque te convierten en vanidoso el coro que te rodea, quienes  a la búsqueda del favor o por simple necedad creen que quedan bien si viven elogiando y ensalzando al poderoso, lo que termina convirtiendo a éste en un perfecto tonto, primero porque empieza a creerse todo lo que le dicen o porque ufano de tanta lisonja ya no piensa y ya no hace diferencia entre todo lo que oyen sus oídos.

El poderoso siempre tendrá cerca a alguien que quiere sacar ventajas, y ese es aquel que le va a proponer primero solapadamente y más adelante sin rodeos aquellas “ideas” que si el que está en el poder pudiera pensar serían las ideas que no debe seguir así no más. Así empieza a caer quien está en el poder. Probablemente sin darse cuenta, y cuando se da cuenta ya es tarde.

Como tengo la certeza que ha habido políticos correctos, tengo que reconocer que el poder no corrompe siempre. Sólo lo hace casi siempre.

Para actuar correctamente un político debe tener los ojos permanentemente abiertos y atentos a cualquier “idea” de esas que terminan hundiéndolo. Pienso que debiera tener un pequeño grupo de consejeros sólo anexos a su poder para que le adviertan de cualquier idea sospechosa. Esto en lo personal.

Desde una perspectiva general un país que quiere evitar la corrupción debe tener leyes y reglamentos siempre muy claros. La falta de claridad en la legislación es el principal aliado de quien quiere hacer corrupción  y se basan  precisamente en la ambigüedad de las leyes para tergiversarlas en el sentido que no debieran.

Dentro de ésta legislación clara debe establecerse un sistema de sanciones ejemplares, claras y sencillas.

Permítanme un ejemplo de esto:

En nuestro país, un congresista está protegido por cierta ley de impunidad, por la cual nadie puede investigarlo si previamente el congreso en su conjunto no levanta la impunidad para que se proceda a una investigación. Si uno de ellos, voluntariamente, quisiera optar por permitir que se le investigue, auto eliminando la tal impunidad legal, no puede hacerlo, la ley lo prohíbe. La impunidad sólo puede ser levantada por el congreso. Preguntemos: ¿Por qué es así esa ley? Obviamente para proteger a todos los otros congresistas, pues de haber una investigación a uno, pudiera afectar a otros.

De estos ejemplos podríamos llenar muchas páginas como bien sabemos los peruanos.

LA  DEMOCRACIA.-

No hay muchas dudas, que de todos los sistemas de organización socio-política, que el hombre ha ensayado, el que más se ajusta a su realidad y a los principios y valores que le son inherentes, al menos hasta ahora, y en esta etapa de nuestra evolución, es la democracia. Es el sistema que conjuga el principio de la colaboración de unos con otros, con el principio de que todos somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos; con el principio que quien ostenta el poder lo hace en nombre y representación de la NACIÓN constituida por todos los ciudadanos, el que propicia las libertades y los derechos individuales y los deberes de cada cual para con el prójimo y la sociedad.

Lamentablemente las democracias de los países no desarrollados adolecen de muchos errores de operación, por llamarlos de algún modo, y tienen  en su estructura vicios que las llevan, permanentemente, de un extremo a otro. Ante tales fallas de operación siempre hemos creído que la solución es dejarla de lado.

Cada vez que las democracias han sido inoperantes hemos caído en el frecuente error del caudillismo, casi siempre a manos de algún militar.

Mediante el caudillismo el pueblo entrega su libertad a un líder que termina abusando de su poder en aras de un pseudo mesianismo por el que se constituye en salvador del pueblo. Ninguno de estos caudillos ha sido eficaz en ninguno de los países donde permanentemente se reproducen. Toda expectativa de desarrollo sobre esta base ha demostrado ser un fracaso.

No obstante, los pueblos tienen una tendencia a errar repetidamente en esta misma forma. Impotentes e incapaces para asumir un papel relevante, terminan preguntándose: ¿Por qué tengo que hacer un esfuerzo si el líder me dice que me llevará a destino, si él dice ser el Mesías?

Erich Fromm[1] en su obra: “El miedo a la libertad” trata este problema refiriéndose directamente al caso de la más grande de las dictaduras del siglo XX: Hitler.

Fromm dice:

“Si queremos combatir el autoritarismo de las dictaduras, debemos entenderlo. El pensamiento que se deje engañar a sí mismo, guiándose por el deseo, no nos ayudará. El reclamar fórmulas optimistas resultará anticuado e inútil como lo es una danza india para provocar la lluvia”

“¿No existirá tal vez, junto a un deseo innato de libertad, un anhelo instintivo de sumisión?”

“Cuando el “fascismo” llegó al poder, la mayoría de la gente se hallaba desprevenida tanto desde el punto de vista práctico como teórico. Eran incapaces de creer que el hombre llegara a mostrar tamaña propensión al mal, un apetito tal al poder, semejante desprecio por los derechos de los débiles, o parecido anhelo de sumisión. Tan sólo unos pocos se habían percatado del volcán que precede a la erupción. Nietzsche había perturbado el complaciente optimismo del siglo XIX; lo mismo había hecho Marx, aunque de una manera distinta”

Similares “personajes” hemos tenido en nuestros países, con el agravante, de que empobrecidos y con un pueblo sin acceso a la educación, éramos víctimas de hombres sin escrúpulos.

“¿Tenemos un anhelo instintivo de sumisión?”


Los dictadores de todas las épocas abusaron de sus pueblos “inventando” supuestas conspiraciones y enemigos para justificar su presencia,  esgrimiendo una falsa bandera para “unir” a la nación contra aquellos complots. Ejemplo de esto fueron en la Alemania Nazi, los Judíos, los comunistas en la América de Mac Carthy, las naciones vecinas o simplemente la pobreza misma, en la América del sur de hoy. Contra todas esas conspiraciones, los dictadores de turno nos han puesto en pie de guerra con ellos al frente cual Mesías y salvadores de tales horrores.

Hay que dejar de lado a los fantasmas. No existen. Cuando alguien venga anunciando tales conspiraciones, de quien tendremos que defendernos es del anunciador. Hay que dejar de ser ingenuos.

Es común escuchar en nuestros países, que los gobiernos deben ser democráticos pero fuertes, con lo que se inventa una forma de dictadura “democrática”, que suele ser sostenida, como hemos podido comprobar, por un sistema de corrupción.

Los cambios de gobiernos en nuestros países se convierten en un permanente cambio de rumbos,  cada nuevo gobernante quiere hacer lo suyo y llevarse los laureles. Las políticas de desarrollo resultan así inexistentes pues lo que uno hace el siguiente lo modifica.

El desarrollo exige ideas claras y seguir por esa ruta sin dudar. Eso sólo es posible con un sistema de concertación. De lo contrario, si  se cambia de ruta permanentemente no hay avance posible.

Estos males no son propios de la democracia como sistema, son propios de los hombres. Creer que para hacer un buen gobierno hay que desandar el camino de quien le precedió es sólo una expresión de la pequeñez de las personas involucradas. Este mal es endémico en nuestros países.

La envidia es un mal generalizado. Al sentirnos pobres y sin éxito, no estamos dispuestos a permitir que otro triunfe. Solemos ser mezquinos con el aplauso y el elogio.

No es fácil para nuestros países vivir en democracia. Quizás no estamos preparados para ello, pero la única manera de aprender es por experiencia propia, o parafraseando a Machado[2] decir: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Otras propuestas son siempre un engaño.


LA ESPERANZA.-

La esperanza es como ya hemos dicho  consustancial a la vida del hombre y a la de sus pueblos. Debemos preguntarnos: ¿Qué desarrollo queremos? ¿Cómo se logra? ¿Cuál es nuestra esperanza? ¿Lo dejaremos en manos de los dioses, las cábalas o los adivinos?

El desarrollo de los pueblos no puede estar desligado del desarrollo humano, así como el desarrollo humano no será posible sin el desarrollo de los pueblos.

La nación no es para la guerra, ni para mostrar banderas; tampoco es para tener una selección de fútbol, ni para contar con una economía que explote a sus ciudadanos o a las naciones vecinas. La nación es para que los hombres se ayuden unos a otros. Necesitamos redefinir este concepto.

El principal motor del desarrollo económico es el trabajo y la creatividad de los individuos. Lo que nos debe inducir a luchar es la existencia de un clima de libertad que nos permita controlar nuestro propio destino. Si los individuos sienten que otros son responsables por ellos, su esfuerzo disminuirá hasta hacerse nulo.  Si otros les dicen qué deben pensar y creer, la consecuencia será, o bien una pérdida de motivación y creatividad o bien una elección entre la sumisión y la rebelión. La sumisión deja a la sociedad sin innovadores, y la rebelión desvía energías del esfuerzo constructivo hacia la resistencia, produciendo obstáculos y destrucción.

Confiar en el prójimo y tener fe en él, es, como ya hemos visto, uno de los elementos de un sistema de valores que favorece el desarrollo. Desconfiar del prójimo a priori, es una de las actitudes típicas de nuestras sociedades. Donde no hay individuos, si no sólo “pueblo” y “masas”, el desarrollo no ocurrirá, y sólo habrá o bien obediencia o bien levantamientos.

En nuestra cultura, optimista, es aquel que espera que la suerte, los dioses, o los poderosos les protejan.  En los países desarrollados, optimista es la persona que está resuelta a hacer lo que sea necesario para asegurarse un destino satisfactorio, convencido de que lo que haga o no, hará la diferencia.

La poca esperanza con que contamos en nuestros países suele ponerse en manos de la cábala, la superstición, el ídolo, o el caudillo de turno. Esto es en el fondo, un signo del poco esfuerzo que estamos dispuestos a realizar para cambiar las cosas con nuestras propias manos que es, como sabemos, lo único que puede cambiarlas.

LA VOLUNTAD.-

La toma de conciencia de todos los factores inherentes al desarrollo de los pueblos que hemos mencionado no serán suficientes si no van apareados de una clara visión de:

La necesidad de la voluntad.

El esfuerzo necesario para levantar un peso no será posible si se parte del principio que no tenemos capacidad para lograrlo.

La actitud de evadir la responsabilidad y entregarnos sumisamente al líder vigente, paraliza nuestra pobre voluntad.

La tendencia a darnos por vencidos antes de empezar lucha alguna y a aceptar la pobreza como un hecho permanente y un designio de los dioses, sólo sirve para  empequeñecernos.

UN HOMBRE CON UNA NUEVA ACTITUD.-

Para el desarrollo de nuestros pueblos necesitamos un hombre con una nueva actitud. ¿Por qué?

Porque la situación de nuestros países tiene su raíz, como hemos visto hasta la saciedad, en sus características culturales.

Nuestros males están arraigados en nuestra cultura. Nuestro progreso no es un problema económico ni un problema político, es un problema cultural. No es el error de uno que otro político, es un error de la sociedad toda, nadie está libre.

Por eso necesitamos un hombre con una nueva actitud.

La dirección de nuestros países recaerá necesariamente en manos de algunos elegidos. Ellos deberán ser hombres extraídos de una sociedad que sabe lo que quiere. Que sabe que para contar con mandatarios honestos y capaces, tu yo y todos tenemos que ser honestos primero. De lo contrario no tenemos derecho de exigírselo a nadie.

Para todo esto es imperativo convencer a los hombres de la necesidad de dar en las escuelas no sólo una buena instrucción sino principalmente una educación plena de valores acordes con la naturaleza humana. Las escuelas y los medios de comunicación deben repetir hasta el cansancio los principios del respeto a las personas y a las leyes.

Pero hay aún un problema: ¿Cómo empezamos el desarrollo, si éste depende de los hombres y éstos no han cambiado aún? ¿Qué es primero, el huevo o la gallina?

Preguntémonos, ¿Cuáles son los factores en juego? Estos son:

Desarrollo humano vs. Desarrollo social.

Desarrollo Social vs. Desarrollo económico.

Desarrollo económico vs. Desarrollo humano.

Visualicemos estos factores colocándolos como puntos de un mismo círculo:

A éste podríamos llamarlo el circuito del desarrollo. La idea de colocarlos sobre un círculo va dirigida a establecer que el proceso es permanentemente e interactivo. No es una línea recta en la que el desarrollo económico lleva al desarrollo social y éste al desarrollo humano y allí termina el problema. No. Se trata de empezar digamos en el desarrollo económico, para pasar al desarrollo social y después al desarrollo humano, porque si alguno de ellos deja de operar, es decir si la rueda se detiene el progreso no será posible. Por eso la rueda debe continuar permanentemente sin detenerse, partiendo del principio que el desarrollo humano no tiene límites, que el desarrollo social puede mejorarse siempre y que el desarrollo económico debe corregirse siempre de modo que no desvíe ninguno de los otros. Lo fundamental es también que la rueda gire lo más rápidamente posible pues no hay tiempo que perder.

Los factores deben ir alternándose. Un pequeño o un gran “paso” en los principios y valores individuales, por otro “paso” de avance económico y social, y así sucesivamente. De este modo uno se apoyará en el otro y después el segundo se apoyará en el primero. Si así vamos logrando pequeños éxitos, la esperanza se fortalece, nuestra voluntad también y nuestros esfuerzos tendrán respuesta.

De no ocurrir así, si uno de los impulsos falla, o la rueda deja de girar, nuestra realidad terminará aplastándonos, tal como ha venido ocurriendo, lamentablemente, desde hace ya demasiados años.

Si nos limitamos a preocuparnos sólo por algunos de los factores por más loable que parezca, el resultado será una quimera. ¿Qué logro puede significar contar con gran desarrollo económico si no va apareado con los otros dos? O, ¿Qué logro significa un estupendo desarrollo humano si no se cuenta con medios para una vida digna?

Este proceso pareciera ser un lento camino en un momento en que nuestra desesperación llega a límites extremos, pero si actuamos con la constancia indispensable, podremos comprobar que la rueda del progreso se irá acelerando permanentemente.

 Al principio el camino será peligroso, creeremos estar al borde de un abismo al que en cualquier momento podemos caer. Por ello  necesitaremos algo, que a la vera del camino, nos entusiasme y nos aliente, como el pueblo alienta a los atletas en una maratón. Cada día las cosas deberán ir mejor y llegará aquel en que podremos tener un auténtico orgullo, sentiremos que hemos logrado algo importante que nadie  nos podrá arrebatar.

Necesitamos, pues un hombre con actitudes nuevas para enfrentarnos a este nuevo reto. Para esto necesitamos un esfuerzo educativo mucho más fuerte y profundo que todos los que tan tímidamente y sin norte alguno se han intentado en nuestros países. No se trata de un local para tal escuela, ni computadoras en las aulas, lo que por cierto es necesario. Se trata de una educación con un mensaje para imbuir al hombre de la voluntad, el carácter, la perseverancia, capacidad de lucha y los principios morales y éticos que lo hagan digno de si mismo.

Se trata de considerar al ser humano de manera integral, no es sólo un ente de trabajo, no es sólo un ciudadano, es mucho más. Ser humano significa aquel que es parte nuestra, un igual, uno de nuestro equipo, uno al que necesito para yo poder ser. De no hacerlo así, de no pensar así, lo que nos toca aportar no estará presente y todo se habrá perdido. Así de simple.

CONCLUSIÓN.-

Los factores que he descrito me parecen los fundamentales para el desarrollo de los pueblos. No obstante, es probable que algún estudioso agregue otros apuntes. Eso siempre será posible.

Habrá sin duda grandes dificultades. Es probable que a los países desarrollados les convenga mantenernos como estábamos para lo que nos llenarán el camino de piedras. Hay que estar preparados a todo.

La globalización es un paso importante en el mundo actual, pero también es un factor de  perturbación al vernos afectados por situaciones que se dan en zonas alejadas de nuestra realidad. Para enfrentar esto es importante tener en cuenta que la unión hace la fuerza. Los países subdesarrollados de nuestra área de influencia, debemos estar fuertemente unidos, no sólo mediante periódicas reuniones de autoridades, sino mediante planes comunes, aunando esfuerzos, poniendo al margen lo que nos ha mantenido desunidos, haciendo del pasado sólo un hecho histórico a efecto de construir nuestro futuro con los esfuerzos del presente.

Generar un hombre con actitudes nuevas y empezar con ello una auténtica revolución de la cultura, es algo que deberá estar a cargo de aquellos para los que la vida y no las cosas, es el valor supremo, a cargo de aquellos capaces de hacer a un lado sus particulares conceptos religiosos y filosóficos; y a cargo de aquellos que comparten la creencia de que lo que cuenta no son las ideas ni los conceptos, sino la realidad de la experiencia humana en las que unas y otros se asientan.

Nos hallamos en el centro mismo de la crisis del hombre moderno. No nos queda mucho tiempo. Hay que empezar ahora mismo, mañana será demasiado tarde, no porque vaya a explotar el sol o un meteorito destruya la tierra, sino porque podemos perder los potenciales que la evolución creadora nos ha otorgado. Recordemos que aquello que se gana con grandes dificultades y muchísimo esfuerzo se puede perder con gran facilidad si no nos concentramos en lo esencial.

No seremos nosotros los que completaremos esta tarea pero no tenemos derecho a abandonarla y mientras eso sea así:

Habrá una esperanza,

De  lo contrario, estaremos perdidos.


[1] E. Fromm: “El miedo a la libertad”
[2] Antonio Machado: (1875-1939)  Poeta Español nacido en Sevilla.